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martes, 11 de noviembre de 2014

La importancia de la Parroquia de Santa María de Viabaño.

Barca de Arobes 1960




Barqueros
Misa de celebración de la traida del agua a Llames.
Durante años fue un constante lamento en el concejo la pérdida de toda la documentación relativa a la Parroquia de Sta. María de Viabaño, habiendo sido esta última en siglos pasados la más importante del Concejo de Parres.

Nada se conservaba con relación a sus raíces eclesiásticas, mientras las demás parroquias del concejo tenían bajo cuidadosa custodia todo lo referente a sus vecinos bautizados, confirmados, casados, difuntos, o a los
libros de fábrica alusivos a la construcción de sus iglesias, ermitas y cementerios, así como a los informes de los visitadores que la mitra ovetense enviaba periódicamente para controlar el funcionamiento de todos
los asuntos eclesiales, y si se debían o no corregir aquellos aspectos que no fuesen fieles a la ortodoxia vigente. Viabaño había perdido -por descuido, dejadez o abandono de quienes están obligados a su custodia- todos los libros referentes a su larga historia como parroquia. Apenas si quedó un libro relativo a los difuntos, el cual sólo abarca el periodo 1882-1936. 
En barca a bautizar
Fuente-surtidor en Llames
A veces ocurren pequeños milagros, como es que alguien encontró recientemente esos viejos libros desaparecidos en una antigua librería, allá por Gijón y -ojeando (además de hojear) sus gastadas páginas- vio que a nadie le serían más útiles que a los descendientes de aquellos vecinos ya desaparecidos mucho tiempo atrás, amén de a los estudiosos de la historia de Parres, de sus pueblos y parroquias, así como de cualquiera que -con dos dedos de frente- sepa valorar lo que es el pasado de un lugar, sea éste grande o pequeño, que cada uno es un mundo de diversidad, vidas y aconteceres.

Duermen ya en el blindado archivo diocesano los documentos de la parroquia de Viabaño que nunca debiera haber perdido, algo más frecuente de lo habitual bien por desastres naturales, guerras, robos, despreocupación en su mantenimiento y otras causas diversas, siempre lamentables. En la donación que el Infante don Ramiro II (después rey de León) hizo a la Catedral de San Salvador de Oviedo en el año 926, cita la iglesia de Viabaño en los términos: “In Biabanno eclesiam sancte Marie similiter”.

En el antiguo libro Becerro de la Catedral de Oviedo (año 1385) puede leerse: “Santa María de Viavanno ha de manso quatro días de bués”. Los mansos eran tierras exentas de toda carga de impuestos. Un día de bueyes era una medida típica asturiana equivalente a lo que un par de bueyes podían arar en un día, que eran unos 1.250 metros cuadrados. La parroquia -como todas- tenía también su obligación diezmera o décima parte que los fieles debían pagar a la iglesia sobre maíz, escanda, tocino, huevos y salmones. Hasta los taberneros debían abonar su parte según la venta que tuviesen en sus negocios; una obligación vigente hasta 1841. Cuatro días de bueyes tenía también “Santo Martino de Quadrobenna” (único titular y patrono de Arriondas, después de haberlo sido de Cuadroveña durante más de cinco siglos).

Viabaño -o Biabaño, como aparece en muchos documentos- (hoy Viabañu como topónimo oficial) fue parroquia de mucho peso en el concejo de Parres. El 29 de junio de 1837 el Boletín Oficial publicaba la lista de los vecinos que tenían derecho a voto para elección de diputados, “por disponer como labradores de un par de yuntas propias destinadas exclusivamente a trabajar sus propias tierras”. Algunos vecinos del concejo que no aparecían en esas listas -y que aseguraban cumplir con el requisito antes expresado para tener derecho a voto- reclamaron por su exclusión. Quince años después se citan como vecinos elegibles para cargos municipales (por ser los que más contribución pagaban tanto al Estado como al municipio): don Manuel Pérez González, porque pagaba 307 reales; don Manuel Pérez Fdez. con 275 reales y 16 maravedís; don José García Valles pagaba 275 rls.; don Bernardo Longo contribuía con 270 y así otros siete más.
Fiesta de los Ramos

Fiesta de los Ramos.

Eran electores no elegibles en ese año los curas que Viabaño tenía a su servicio, nada menos que cuatro, a saber: don Manuel de la Viña Fdez. como cura párroco; don Melchor Glez., don Ramón Álvarez y don José Valdés Monasterio, los tres como presbíteros capellanes.En 1847 Viabaño tenía 281 vecinos o cabezas de familia (que no es lo mismo que habitantes) distribuidos de la siguiente manera:

Arobes y Romillo tenían 67; Granda de Arriba: 30; Granda de Abajo y Carrio: 52; Tospe y El Otero tenían 54 y Collado y Llames un total de 78 vecinos. Era la parroquia con el mayor número de cabezas de familia del concejo hace 167 años, seguida por San Juan de Parres con 228 y Santo Tomás de Collía, con 164.
 Viabaño llegó a tener 1.402 habitantes en 1910; 1.140 en el año 1950 y 728 en 1970. Son 408 habitantes actualmente entre los siete pueblos que conforman su parroquia

Cuarenta y cuatro pueblecitos, aldeas, barrios y quintanas estaban dispersos por la parroquia, desde Arobes hasta El Zampiñuelu, pasando por Carriu, Llames, Granda, Ozanes, Romillu, Tospe o San Martín.

Pascual Madoz registraba hace siglo y medio la existencia de doce molinos harineros, cereales, patatas y legumbres, además de lino y cáñamo, en una parroquia con muy buenas cosechas de maíz que se completaban con la cría de ganado vacuno, lanar y de cerda. El sobrante de la cosecha, la sidra
y el ganado se ponían a la venta en el mercado que tenía lugar “todos los sábados, en el Collado del Otero de Llames”, dado que el mercado en la villa de Arriondas era, por aquel entonces, los martes. En el reparto de utilidades anuales del año 1841 se contabilizaron 77 hacendados forasteros, entre los que destacaban los Condes de la Vega del Sella o el Señor de Benavides, además del Cabildo de Oviedo, la Mitra Episcopal y los Monasterios de Villanueva y San Pelayo de Oviedo. En 1873 el Consistorio parragués envió una comunicación al Gobierno Provincial en la que le informaba que en su término municipal no había establecimientos de crédito, ni casas de banca, ni de comercio, ni sociedades industriales, ni particular alguno que se dedicase al comercio. La red viaria interior era deplorable y estaba totalmente abandonada, a merced de los vecinos que -en sestaferias colectivas- intentaban paliar tanta desidia. Ya Jovellanos citaba estos caminos “como unos de los más perversos de Asturias”.

El Viaje de la Reina Isabel II a Covadonga -el 28 de agosto de 1858- dio motivo para que se acondicionase el camino que atraviesa la parroquia de Viabañu. Así le quedó el nombre de “Camín de la Reina”, el cual discurría por el antiguo trazado de la calzada romana creada por la Legión VII. Con motivo del paso de esta comitiva real quedó escrito que en Viabañu se buscaron varias parejas de bueyes y vacas para ayudar a subir los coches en las pendientes del camino, tanto a la ida como a la vuelta. Algunas parejas fueron utilizadas para ese cometido y sus dueños cobraron por el trabajo, pero nada se abonó a los dueños de las que no fueron necesarias, por lo que éstos últimos acudieron al ayuntamiento reclamando su gratificación y exigiendo que se les pagase con fondos municipales. Aún faltaban 45 años para que el ferrocarril procedente de Oviedo llegase a Arriondas.

Se utilizaba también, a su vez, este “Camín de la Reina” como parte de la ruta jacobea utilizada por los peregrinos procedentes del oriente de Asturias que transitaban por el interior, muchos desde Covadonga. No pocos chicos de Primera Enseñanza lo habrán frecuentado camino de su escuela rural, atendida
por el maestro contratado por los padres cada año. En 1864 –hace ahora siglo y medio- las retribuciones en especie para el maestro estaban establecidas en “un copín de maíz a cada cabeza de familia que mandase
a un niño a la escuela y, copín y medio, al que mandase más de uno”.

Entretanto, a la maestra de niñas “como concurren menor número, se le abonarán dos reales mensuales por cada una”.

Campandengui y Tarancón camino de Vibaño
Campandengui, Tarancón y su secretario José Fernández
El futuro cardenal Tarancón en la barca de Arobes
Detengámonos ahora en la falta de puentes que -sobre el río Piloña- fue un clamor popular que reivindicaba la comunicación entre Viabaño y otros pueblos importantes de su parroquia. Barcas y chalanas suplían la falta de puentes y así ocurrió en el caso que hoy nos ocupa hasta hace ahora poco más de cuatro décadas.

Quejas de los vecinos que nunca fueron atendidas, puesto que ya en 1854 se solicitaba un puente para Arobes -y para otros tramos, tanto del Piloña como del Sella- desde el ayuntamiento parragués. Todavía nos parece escuchar en 1961 al muy recordado cura párroco don Víctor Ortiz solicitando ese puente. Como él decía “el reloj de Viabaño se ha parado hace muchos años. Su historia quedó estancada y faltaron los hombres que la hicieron valer entre las demás aldeas del presente, como antaño lo hicieron sus antepasados”.

Razón tenía señalando que no pedían títulos ni alcaldías, sino que Viabaño, por su núcleo numeroso de habitantes y por hallarse en una encrucijada entre dos riberas, bien se merecía un puente que uniese las dos partes de una parroquia partida. “Un puente para sus ganados, para su servicio de fincas, para su misa de los domingos y para...sus muertos”. Aún las caciquerías pueblerinas, los intereses encontrados y la mucha pedantería de tiempos pasados eran un lastre a mediados del siglo XX.

 Viabañu, la que ostentó la cabeza de sede arciprestal en su capítulo de administración religiosa, con su iglesia del siglo XIII –ahora en 2014 remozada de nuevo- bien se merecía un puente...pero muchísimos años antes de los que tuvo que esperar para verlo, ya en los inicios de la década de los 70 del siglo XX. Concluyamos con las palabras del Padre Ortiz cuando -en 1960- se inauguraba la traída de aguas a Llames de Parres: “Bien es verdad que todo se puso en contra de estos nobles hijos del campo; pero el agua tenía que venir y vino. Sin ventosas, sin técnicos, sin depósito y sin dinero, a pesar de los ocho kilómetros de zanja, en contra de todos los pronósticos, en contra del barro, del tiempo, de las llastras y de los escépticos, porque para vencer esas dificultades había hombres forjados con una voluntad de acero, enamorados de su pueblo, tallados al aire y al sol y al cierzo, esculpidos al cincel del sufrimiento y amasados con la fatiga y el sudor del trabajo cotidiano...”.


Vibaño, el archivo recuperado.


Sean estas líneas un homenaje a don Víctor Ortiz -por esas y tantas otras cosas- y a quienes sólo buscan el bien común sin más intereses, sectarismos ni egolatrías.

Francisco José Rozada Martínez
11 de octubre de 2014


Cruz procesional

miércoles, 5 de noviembre de 2014

La profanación de la muerte.






El entierro de Cristo por el Greco.
 

Profanar es “dar trato irrespetuoso a una cosa sagrada”,  y mientras seguimos celebrando la victoria irreversible de Jesucristo sobre el pecado y la muerte, y donde cada celebración se encarga de recordarnos “que en su muerte, nuestra muerte ha sido vencida  y en su resurrección, hemos resucitado todos”(Liturgia), parecería un contrasentido tomar como tema de reflexión una de las 7 obras de misericordia corporales: enterrar a los muertos, ya que estamos festejamos el triunfo de la vida
El entierro de Cristo por Miguel Ángel.

 Jesús mismo  -en el Evangelio de Mateo (25,31)- nos enseña como tema del Juicio las 6 precedentes (visitar a los enfermos, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al peregrino, vestir al desnudo y visitar a los encarcelados) viene colocada la séptima obra de misericordia corporal: enterrar a los difuntos, que completa y corona las anteriores.
 
Cuando se estudia  Filosofía de la Historia y  se  trata de perfilar el punto en el cual el “hacer del hombre” da comienzo a lo que en una civilización se llama “cultura”, se señalan dos realidades presentes en el actuar humano que lo indican: enterrar a sus muertos y trasmitir a sus hijos lo que saben. Hacia adelante y hacia atrás,  hacia el hoy y el mañana a los que nos sucederán y hacia aquellos de los cuales hemos venido. Y èsto es anterior a lo que llamaríamos  “sociedad sedentaria”.  
El entierro de Cristo por Tiziano

En la antigüedad dejar insepulto a un muerto era  signo de máxima crueldad y venganzapòstuma. El Imperio Romano, cuando quería dar una lección o escarmiento, asesinaba de manera pública y cruel, para luego dejar los cuerpos expuestos, a merced de las bestias y la burla.  

José de Arimatea, en el poco tiempo restante y antes de la caída del sol, se apresura a pedirle a Pilato el cuerpo de Jesús para darle sepultura, aunque sólo fuera de forma provisional, como signo de compasión y misericordia hacia quien había muerto -que se completaría luego con los ritos judíos del lavado y perfumado del cuerpo- esto ya como veneración, respeto y despedida, antes de que el difunto se presentase ante Dios mismo, limpio de las cosas que podían haberlo contaminado en la tierra.  

En  Paestum (prov. de Salerno, Italia) hace 2500 años, la tumba del “tuffatore” (el bañista) nos explica la idea pagana de la muerte: en la lápida superior está representado  un joven que, solo y desnudo, desde lo alto de la montaña se lanza  en  un  mar inmenso  para desaparecer en la nada para siempre, en medio de una soledad infinita. Esta es la idea pagana que se tiene de la muerte en la Magna Grecia y en las culturas paganas precedentes al cristianismo. 
El entierro de Cristo por Rubens

En cambio, la fe judeo-cristiana, ha entendido y creído siempre que la muerte no es un final, inexorable y devastador, sino  un “paso para un encuentro” (Pèsaj-Pascua, significa eso mismo: pasar).  Nada de soledades infinitas y eternas, ni desapariciones en la nada. Pasar de este mundo al Padre, saltar hasta  su presencia amorosa, estar de su casa, sentarnos a su mesa, beber su vino y compartir su pan, si hasta viene a buscarnos y llama a  la puerta para cenar  juntos. Se trata de plenitud y de encuentro, donde Dios es todo en todos. Es parte central  de nuestra  fe,  que después de esta vida caminamos misteriosamente -pero de manera real y concreta- hacia ese luminoso “encuentro  familiar” con el Padre que ama, besa, abraza y acaricia, con Jesús el Hijo, nuestro hermano y amigo, con el Espíritu que es la Vida y el Amor, con María la Madre que posa sobre nosotros sus ojos misericordiosos  y con toda esa multitud interminable de amigos y cómplices, que son los santos y los ángeles con todas las otras criaturas celestiales, y “con los de casa” en esa otra casa más grande que es el Cielo. Re-abrazaremos y besaremos con ternura a los que hemos llorado aquí y que cuando marcharon nos faltaron tanto,  dejándonos  un poco más solos, y todo esto no en una reunión  hierática, lacrimógena y solemne, sino en medio de  música y  cantos,  en una alegría que aùnno conocemos -porque estaremos de fiesta- en la fiesta de las fiestas; plenamente alegre y divertida, tal que al verla nuestras fiestas de aquí nos parecerán como un velatorio. Encima esta “fiestona del Cielo”, no se termina a una hora determinada, es para siempre y sin pausas. No termina nunca. Nos fundiremos en un abrazo largamente esperado, con nuestro padre y nuestra madre, con hijos y  hermanos, con los amigos, con aquella  inolvidable maestra de la escuela y del jardín de infancia, con aquella catequista, con los que aprendimos a jugar y a hacer travesuras, con aquellos compañeros que el sólo recordarlos nos abre una sonrisa de oreja a oreja. Tambièn con aquel viejo cura, el de la primera confesiòn.
El entierro de Cristo por Rafael.

Pero hablábamos de la séptima Obra de Misericordia: enterrar a los muertos. Da la impresión que algo no está funcionando bien en nuestra  sociedad, ya no sabemos trasmitir bien a nuestros hijos los valores y principios que conocemos, a veces no buscamos el tiempo para hacerlo (y entre estos valores está incluida también la fe) y también desde hace un tiempo hemos empezado a no sepultar a nuestros muertos,  resucitando una antigualla, disfrazada de cosa moderna. Digo antigualla porque eran cosas paganas de tiempos pre-cristianos, o sea de hace más de 2000 años atrás. 
El entierro de Cristo por Rubens

Como todos sabemos,  la Iglesia en un tiempo prohibió taxativamente la incineración de los cuerpos, sobre todo porque esto era alentado y practicado por grupos masónicos  -que lo promovían como desprecio hacia la fe cristiana y a la resurrección-. Hace sólo 30 años, en  1983, Juan Pablo II aprobó nuevas normas que dicen: “Si bien es aconsejado vivamente que se conserve la piadosa costumbre de sepultar el cadáver de los difuntos, no se prohíbe la cremación, a no ser que haya sido elegida por razones contrarias a la doctrina cristiana” (CIC. 1176§3) y luego en los cometarios se dice que: “Los pastores han de disuadir a los fieles de prácticas desviadas relativas a las cenizas que -en lugar de enterrarlas o colocarlas en un nicho o en un columbario- se esparcen por el campo, en un río, en el mar, en el jardín de la casa, por ser contrarias a la tradición católica de respeto al cuerpo del difunto.” Esto es profanar, lo que es lo mismo que  dar tratamiento irrespetuoso a lo que es sagrado. 

El entierro de Cristo por Caravaggio
 En buen castellano el “no se prohíbe”, no quiere decir que se alienta y se acepte plenamente, sin más, simplemente que se quita un prohibición taxativa, pero ni se promueve ni se aconseja… 

Pero de la incineración “no prohibida” al hecho de desparramar las cenizas hay un largo camino, sobre todo estando presente de por medio las obras de misericordia. En Italia hay una infinidad de asociaciones  de voluntariado que nacieron para ocuparse de los enfermos y moribundos pobres y, luego,  darles sepultura. 

En la Santa Sede, está en elaboración un proyecto que prohibiría la celebración de las exequias a quienes tengan intención de desparramar las cenizas.  

En medio del estado generalizado de confusión en el que vivimos, se hacen cosas macabras presentadas como normales, impensables para personas que entiendan  estar en su sano juicio.  

Hay empresas que se dedican a brindar servicios  para , “muertes exóticas” -por llamarlo de algún modo-: asÍ se ofrece hacer collares insertando dentro de cristal las cenizas de abuelita, también floreros con las cenizas visibles a través de cristal, objetos de decoración para colocar sobre la chimenea o la mesa.  Me contaba un funerario amigo que en Asturias ya se ofrece la posibilidad de colocar las cenizas junto a cartuchos de dinamita coloreada, que luego se enciende y dispara haciendo fuegos artificiales. Hay cosas que parecerían mas un  agravio y un insulto que un homenaje, a la memoria de una persona que nos amó y que hemos amado, que nos acarició y hemos acariciado. 

 Hasta  pareceria una contradicciòn, que participemos  en el  Via Crucis, que concluye  con la sepultura de Jesùs o que con gran devoción en nuestras Semanas Santas, hagamos la procesión del Santo Entierro, y al  mismo tiempo dispongamos que eviten el nuestro.
El entierro de Cristo por Tiziano

Es claro que la sociedad actual con la muerte no sabe qué hacer, trata de esconderla y maquillarla en todas las formas imaginables, menos afrontar y buscar la verdad sobre la vida y la muerte. Dejémonos de dar vueltas  en torno, entre otras cosas,  los muertos se sepultan, sea el cadáver o sean las cenizas. Saber el lugar donde hemos sepultado las cenizas de  alguien que amamos, sea un cementerio, un columbario, el jardín de casa o bajo un árbol en medio del campo, nos permite ir a pronunciar una oración y llevarle una flor, decirles que los extrañamos y que nos faltan, agradecerles todo lo que nos amaron. Lanzándolos al aire, al mar o al río, nos quedará la sensación de haberlos hecho desaparecer en la nada, como el joven bañista de Paestum. 

 Es verdad que están caros los entierros, y que no sólo hace falta dinero para vivir con un poco de dignidad, sino también para morirse, pero eso es harina de otro costal.

Don Gustavo Riveiro.


Fray Celestino en Margolles.


martes, 4 de noviembre de 2014

San cosme y San Damián


 Pregón para la fiesta de San Cosme y San Damián de Llerandi 2014

(El pueblo de las campanas...)


Campana de San Cosme
Pregonar la fiesta de un pueblo cuya celebración se adentra en el túnel del tiempo por más allá de cuatro siglos, no puede dejar indiferente a quien ha sido designado para hacerlo.

Vuestra antigua iglesia -dedicada a los santos Cosme y Damián- ya era mencionada en documentos del siglo XVI. De entrada, podemos afirmar que Llerandi es el pueblo de las campanas. Primero, porque en su nueva iglesia toman asiento cuatro campanas: las dos actualmente situadas en la espadaña del campanario (unas adolescentes con tan sólo doce años) más otras dos que ya llevan 384 años siendo testigos de vuestras vidas y de las de vuestros antepasados en varias generaciones. Que estén datadas en 1630 da idea de los años que han servido a la parroquia. Dícese que aún falta otra, desaparecida en lejanos tiempos y en circunstancias confusas, vaya usted a saber por qué razones, pero que no volvió al lugar para el que había sido destinada.


Campana de San Damián
Cuenta Pascual Madoz en el siglo XIX -en su Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España- que a esta fiesta de los santos patronos acudían cientos de peregrinos de todos los alrededores y otras localidades no tan cercanas, con el fin de darles las gracias por los favores recibidos o para pedirles ayuda en sus necesidades. Cuenta también cómo muchos subían al campanario y -con el fin de mitigar sus migrañas y dolores de cabeza- metían la misma bajo el vaso de la campana y daban un único golpe con el badajo. Creencias y supersticiones fueron muchos siglos de la mano, y aún hoy cuesta trabajo creer que no se hayan divorciado del todo.

 No vamos a detenernos hoy en cantar y contar las excelencias de este lugar, su paisaje ni la bondad de sus gentes, porque son cuestiones ya conocidas y parecería como si el pregonero quisiera halagar de forma
desmedida a los oyentes de sus palabras.

Un pregón -y de manera especial si cae en manos de un cronista- debe aportar mucho del pasado del lugar que pregona (a ser posible algún tema desconocido), salpimentado de alusiones al presente y a un futuro que
siempre se espera mejor.

Esta parroquia llegó a tener 585 habitantes hace un siglo; se quedaron en la mitad 60 años después; pasaron a ser 193 hace 28 años y -a día de hoy-sólo tiene 105 (repartidos 51 en Llerandi, 45 en Cividiellu y 9 en Priaes).
Iglesia de Llerandi.

Llerandi tuvo hijos e hijas que -como se puede comprobar estadísticamente-abandonaron las tierras de sus antepasados en busca de mejor fortuna y de una vida más amable que la de muchos de sus antepasados. No nos vamos a detener hoy en seguir los pasos de tantos posibles hijos emigrantes, ni tan siquiera de los que levantaron esta iglesia -hace 62 años- a sus espensas (la cual vino a sustituir a la que -en otro lugar- ánimos
exaltados dejaron en ruinas 75 años atrás), porque es conocida la trayectoria de los emigrantes y hermanos Martín y Melchor Palomo, cuya memoria aún permanece entre muchos de vosotros.

 Para este día especial vamos a seguir a un vecino más que desconocido, uno de los muchos que salieron en busca de nuevos e ignotos horizontes y que puede simbolizar a tantos otros que -ni mucho más ricos ni -desde luego- peor de lo que estaban, pasaron buena parte de su vida lejos de estas tierras.

 Pongamos nuestra imaginación a trabajar 267 años atrás. Sigamos a Felipe de Diego Longo, desde su nacimiento en Llerandi en 1747, habiendo sido el segundo de los cinco hijos que sus padres -Gaspar y Ana- habían tenido.En éste su pueblo natal Felipe de Diego Longo había acudido a la escuela rural cuando las labores del campo se lo permitían. Necesariamente tuvo que haber manejado la pluma de ave para escribir, el ábaco para sus cálculos de matemática elemental, una cartilla de lectura, el imprescindible catecismo
del jesuita Ripalda, así como algún librito que el cura o el maestro le hubiesen dejado... (un maestro al que el pueblo contrataba por unos meses, abonándole entre todos los vecinos con hijos en edad escolar unos 700
reales para todo el curso (alrededor de 2.500 euros de hoy). Camino de esa escuela de Llerandi -cuyas pésimas condiciones son de imaginar- se habrá encontrado con algunos vecinos cuyos nombres hemos podido rescatar de los protocolos notariales de la época: Jerónimo Longo y su mujer Francisca
Longo, Manuel de Arduengo, Francisco de Vega, María Antonia de la Vallina, Manuel Coviella, Josefa Llerandi, Toribio de Laria, Joaquín y Cipriano Longo, y no dejaría de encontrarse alguna vez con Francisco de la Cuesta, maestro flebotomiano, que es lo mismo que “sangrador”, un personaje curioso, cuestionado a veces por la medicina oficial, dedicado a hacer sangrías, sajar, sacar dientes y muelas y poner ventosas y sanguijuelas; además, algunos también eran barberos. El título de maestro flebotomiano llevaba implícito
el juramento de su titular de ejercer su arte gratuitamente para los pobres.

Personajes estos ya citados por Cervantes en El Quijote o por Tirso de Molina en una de sus comedias, donde dice del mismo:


”...Suele andar en un machuelo, 
que en vez de caminar vuela;
 sin parar saca una muela; 
más almas tiene en el cielo que un Herodes y un Nerón; 
conócenle en cada casa:
 por donde quiera que pasa le llaman la Extrema Unción”.

Puede que Felipe de Diego fuese colega escolar y de correrías por estos prados de Cosme González, que acabaría siendo mayordomo del santuario de estos santos médicos, hermanos y mártires que veneráis. Con 19 años Felipe decidió marchar a Oviedo para trabajar en la construcción del que sería el Hospicio y Hospital Real de Huérfanos, Expósitos y Desamparados. Las obras habían comenzado en 1752 y no concluirían hasta 1777.

Con el patrocinio y protección de Fernando VI y de Carlos III este edificio llegó a su máximo esplendor bajo las ordenanzas del Regente de la Audiencia del Principado de Asturias, Isidoro Gil de Jaz y -la iglesia del mismo hospicio- fue proyectada por el arquitecto Ventura Rodríguez.

Los santos en procesión.
En el que es -desde hace cuarenta años- Hotel de la Reconquista, Felipe trabajó durante seis años. En 1770 Carlos III dictó una ordenanza según la cual uno de cada cinco jóvenes en edad militar (las “quintas”) -entre los 18 y los 40 años- debía incorporarse al ejército mediante sorteo.

No fue el caso del de Llerandi pero -por razones desconocidas- Felipe se trasladó a Madrid en 1772 y allí lo encontramos con 25 años. No será extraño suponer que -en sus trabajos en el hospicio ovetense- tal vez
conociese a algún compañero que hubiese llegado desde Madrid, quién sabe si por indicación del gran arquitecto Ventura Rodríguez, y que le hubiese indicado que en la villa de Madrid la vida podría serle más gratificante.

 Su familia en Llerandi seguiría esperanzada las andanzas de Felipe, por Oviedo primero, y por Madrid, después. Seguro que sus hermanos estarían muy atentos al devenir de su aventurero hermano; el correo tardaba varios días en llegar y en él iba comentando sus trabajos y aventuras, además de sus planes de futuro.

 En 1776, Felipe de Diego, con 29 años, se encontró en Madrid con Francisco Blanco Cayarga -natural del Otero de Llames- cuyo trabajo en la recién fundada Real Sociedad Económica de Amigos del País consistía
en colaborar en la confección de máquinas que facilitasen el desarrollo tecnológico. Felipe encontraba así, un nuevo e inesperado trabajo en el Colegio de los Desamparados, sección de Artes y Oficios. Sería, pues,
testigo de los expedientes de patentes que se presentaron en los años siguientes, desde diferentes tipos de molinos a tahonas, desde cerillas al primer tipo de cartón.

Las cosas parece ser que no le fueron del todo mal, pues -un año después-convenció a sus hermanos Juan y Tomás para que fuesen a trabajar con él en la Villa y Corte. Antes de que éstos llegasen a Madrid, fallecía su madre Ana Longo de unas “fiebres no superadas”. Corría el mes de octubre de 1777, en los mismos días en los que en la Cueva de Covadonga todo su santuario en madera fue pasto de las llamas, desapareciendo todo lo que en él se contenía, puesto que ni la imagen de la Santina se salvó.

Los tres hermanos fueron testigos de los grandes cambios que Carlos III proyectaba para Madrid en esos años. No sabemos su domicilio concreto, pero sí que se encontraba próximo al Real Jardín Botánico que estaba en ejecución, puesto que en una carta a su padre hacen notar que Juan cortejaba a una chica leonesa que servía cerca de su casa, no lejos de dicho jardín. Es posible que los tres hermanos viviesen en una posada o pensión; algunas eran famosas, como la Posada de La Encomienda -situaba en la calle de Alcalá- donde solían quedarse los que llamaban “ordinarios” (así llamaban a los transportistas), aunque los de la zona oriental asturiana se hospedaban en la Posada de La Cruz, en la Red de San Luis. Las tabernas
y figones -casas de poca categoría donde se guisaba- eran frecuentes en la que era capital de España desde hacía algo más de dos siglos.
El ramu.


Como un pregón no puede ni debe ser un “culebrón venezolano” de interminable duración, y éste pregón es ya atípico de por sí al contarse en él la vida de un vecino que jamás habría imaginado que -250 años después-alguien la iba a contar como uno de tantos ejemplos de superación, vamos a
ir poniéndole fin de manera resumida.

De Juan -el hermano mayor- sólo conocemos que se casó con Eugenia Vargas.Tomás hizo lo mismo con María Antonia Díaz, y él falleció apenas un año después, con sólo 30 de edad. Felipe de Diego Longo permaneció soltero hasta donde sabemos y -con 58 años- se pierde su pista a partir de 1805.

Nos preguntamos:

¿Llegaría a ver los trágicos sucesos del 2 de mayo de 1808 en Madrid, con los fusilamientos por las tropas de Napoleón?¿Llegaría a conocer al genial Francisco de Goya con el que coincidió viviendo en Madrid durante diecisiete años?¿Coincidiría alguna vez con los comisionados asturianos que el Gobierno del Principado de Asturias enviaba cada primavera -con su diputado en Corte a la cabeza- para la entrega de los llamados “regalos de tabla” o “regalos de estilo”? Aclaremos que estos regalos consistían en varias decenas de jamones de Tineo (que en 1805 fueron ciento ochenta) y entre veinte y cuarenta salmones del río Sella que se entregaban a los ministros y otras determinadas personalidades de la Corte. Asunto éste nada baladí, pues -hace más de dos siglos- sólo recoger, transportar y entregar estos regalos suponía un desembolso de 10.000 reales (9.000 los jamones y 1.000 los salmones), -unos 915 ducados- (35.000 euros de hoy). Sorprende -año tras año- este tipo de regalos a los que no los necesitaban, mientras las gentes del Principado vivían en la penuria más absoluta. De modo que la política tenía sus servidumbres... lo mismo que hoy.

¿Acabaría Felipe “el nuestro” sus días en el Cementerio General del Norte de Madrid, inaugurado en 1804 y hoy desaparecido?

 Mejor dejamos el final abierto, en el aire (...o bajo tierra), como el de tantos miles de vecinos de este concejo -y de todos los demás de Asturias-que salieron en busca de una vida mejor allende las fronteras del terruño natal. Unos pocos encontraron fama y fortuna; la mayoría, una vida bastante mejor; y -unos pocos desafortunados- se arrepintieron de haberlo hecho.
Bello paisaje rural

Volvamos a la realidad del momento, hagamos memoria de los peregrinos que por aquí pasaron haciendo todo tipo de peticiones a estos dos hermanos mártires. Observemos a las más de tres veces centenarias campanas; imaginemos a los que metían su cabeza bajo la misma (que hasta los sordos lo hacían con intención casi mágica), porque Cosme y Damián eran de los santos que curaban. Seguro que hasta desde vuestra mina de cobre de El Coriellu -cada 27 de septiembre- acudían a la romería aquellos sufridos trabajadores.

Hagamos memoria de la fiesta que duraba tres días; se ofrendaban hasta cuatro ramos; hacía quemar y explosionar su xigante; la comida campestre -tras la misa y la subasta del ramu o de los ramos- llenaba estos campos y había una feria de ganado que era única en todo el concejo. Se daba así acogida a unas jornadas de amistad, familiaridad y descanso, después de tantos trabajos y sacrificios.Subid a la espadaña de esta iglesia las dos muy ancianas campanas, dedicadas a cada uno de los dos hermanos que festejamos, para que desde allí no corran los peligros que pueden tener a pie de calle. De esa forma, además, fundiréis pasado y presente en un campanario único en el concejo, con cuatro campanas. Las viejas quedarán como piezas vivas de museo, la dedicada a San Cosme con sus heridas de guerra bien visibles y -la dedicada a su hermano Damián- abierta de arriba abajo, como si un rayo la hubiese querido robar.

Por los que os precedieron en los siglos pasados, por los que estamos aquí hoy y por los que -sin duda- seguirán manteniendo esta tradición cada mes de septiembre, elevemos juntos nuestras voces en este rincón
de Parres, no sin que antes os agradezca vuestra invitación para dar este primer pregón, al que deberían seguir otros cada año a partir de ahora, porque tenéis nativos, vecinos, amigos y otros que lo harán con la misma -e incluso más- dedicación y devoción que yo.

Y concluyamos así con los vivas reglamentarios que la jornada reclama:

¡Viva San Cosme y San Damián!
¡Viva Llerandi!
¡Viva Asturias!


 Francisco José Rozada Martínez 
Llerandi, 20 de septiembre de 2014




San Cosme y San Damián