Google+

jueves, 10 de octubre de 2013

Apuntes sobre un notario-tallista y sobre la devoción a San Roque en Las Rozas y Bada

En documentos manuscritos fechados a 18 de enero de 1591, nos encontramos con Ruy Pérez Altamirano, escribano público -equivalente a notario-, que trabajaba también como tallista en madera, el cual se obligó con su persona y todos los bienes “habidos y por haber” para hacer un retablo de talla en madera para el Monasterio de San Pedro de Villanueva.


Capilla de San Roque en Bada


Con minuciosidad cuenta que “será de diecisiete palmos de vara en alto y catorce de ancho”. Esta medida de “un palmo de vara” equivalía a la distancia -en la mano extendida- desde la punta del dedo meñique hasta la punta del pulgar, o sea, unos 21 cm. De modo que dicho retablo tendría unos 3,57 metros de alto y casi 3 m. de ancho. Todo de acuerdo con los planos que presenta hechos de su mano, con todas las figuras e imágenes que detalla, planos que no se conservan actualmente. El ensamblaje, columnas torneadas, peanas, tableros de media talla para el friso bajo sobre las historias del Señor San Pedro, más cinco figuras de bulto redondo, han de ser -explica- de cuatro palmos menos cuatro dedos. Ante el abad del monasterio, fray Francisco Cortinas en ese momento, este curioso tallista va describiendo minuciosamente todo el trabajo que se compromete a realizar. Asombrados nos deja aún hoy día cuando afirma que: ”Todo lo que dicho tengo he de hacer para el día de Nuestra Señora de Setiembre de este año de noventa y un años”. De manera que, en menos de ocho meses, da por hecho que concluirá ese monumental trabajo con los medios que, imaginamos, habría hace más de cuatrocientos años.


Es evidente que en su taller tendría numerosos operarios a sus órdenes. ¿Acaso el notario-tallista residía en alguna importante población asturiana de la época? Porque en el año que nos ocupa Asturias tenía unos 44.000 habitantes según la Junta del Principado y Oviedo, concretamente, no llegaba a los 1.700 vecinos. Pues no. Ruy Pérez Altamirano era escribano y tallista en el pequeño pueblo de Las Rozas, a medio camino entre Arriondas y Cangas de Onís. Ruy (nombre abreviado de Rodrigo) ajustó el precio que se le debía abonar en cien ducados y estipuló la forma en la que se le había de abonar. Recordamos que un ducado era una moneda de oro de 3,6 gramos, equivalente a  17 reales o a 375 maravedíes.

Capilla de San Roque en Arobes.

Doce ducados, confiesa, se le darán en ese momento “para ir entregándolos a mis mozos y oficiales, así en pan como en dinero”. Hasta el ocho de septiembre, ya acabado y asentado el retablo, percibiría el resto de los cincuenta primeros ducados.
Los otros cincuenta restantes, apunta, se le darán para la Pascua de Resurrección del año siguiente, 1592.

Por lo que sigue sabemos que este Ruy, escribano-tallista de Las Rozas (Cangas de Onís), era una persona honrada y cabal puesto que le hizo notar al abad de Villanueva que se informase de personas que supiesen de estas cosas y que, en el caso de que les pareciese que su obra valía menos de esos cien ducados, él mismo quitase los que fuese menester y si, por el contrario, la obra fuese apreciada como más valiosa de esa cantidad estipulada, ni el abad ni el monasterio deberían abonarle nada más sobre lo acordado.
Añade algunos otros requisitos, tales como que el pan se le dará al precio que se venda lo demás en dicha casa, y la madera que necesite correrá a cargo del convento, aunque si fuese menester serrar alguna más, sería de su cuenta.
Como buen escribano público dice que para así cumplirlo obliga su persona y bienes, da poder a las justicias (…) y entrega el contrato estando presentes como testigos Pedro de la Vallina, Andrés de Hondón y Juan Pilar “y yo mismo que otorgué esta carta, la firmé y signé de mi signo a tal en testimonio de la verdad”.
Terminado de firmar el contrato parece que al abad fray Francisco le quedaron ganas de más, puesto que le añadió otros seis ducados para que le tallase una imagen de Nuestra Señora, acabada en pintura dorada, asegurándole que le daría seis ducados más cuando la concluyese.
Ni del retablo ni de las imágenes queda actualmente vestigio ni rastro alguno…que  invasiones, guerras, incendios, robos, dejadez y el paso de los siglos, ya de por sí, causan estragos aquí y en todo lugar.

Tan sólo ocho años después -en 1599- los vecinos de Las Rozas levantaban una capilla a San Roque. Existe un documento titulado “Apeo de los bienes censos y ornamentos de la capilla del Glorioso San Roque del lugar de Las Rozas, que pasó por testimonio de Rafael García, notario público apostólico, y vecino del lugar de Margolles, en el año de 1796”. Es un texto comentado por Ceferino Alonso Fdez., gran estudioso de todos los documentos relacionados con la zona, casi siempre ligados al monasterio benedictino de San Pedro de Villanueva. 
 
Actual capilla de San Roque en las Rozas.

En este documento la parte más importante es la que hace referencia al voto hecho por los vecinos de Las Rozas a San Roque, al haber sido terriblemente diezmados por la peste. Devoción habitual en tantos otros pueblos, al ser este santo francés abogado contra la peste que él mismo contrajo.

Prometieron solemnemente construir una capilla en su honor si los libraba de esta epidemia. En el libro de fábrica de la ermita, copiado en tiempo de Fray Manuel de Prado, cura de Villanueva, se puede leer lo siguiente: “En el nombre de Dios Nuestro Señor Amén. Notorio sea a todas las personas que esta escritura vieren, cómo en el lugar de Villanueva, del concejo de Cangas de Onís, a dos días del mes de mayo de mil y quinientos noventa y nueve años, ante mi Juan Rodríguez de Las Rozas, Secretario público del Rey Nuestro Señor y ante los testigos…” (aquí se citan los nombres de todos los vecinos de Las Rozas de hace cuatrocientos catorce años). Sigue el documento explicando que todos ellos -tanto en su nombre como en el de sus descendientes- “por cuanto Dios ha sido servido, de haber tocado la peste como enfermedad contagiosa a dicho lugar y, debido a la cual, en tres meses murieron veintiséis personas chicos y grandes, todos los que quedaron tomaron por abogado al bienaventurado San Roque, a quien tienen voluntad de edificar una ermita en el lugar de Las Rozas, donde son vecinos”.

El caso es que decidieron comprar una imagen del santo y -mientras construían la capilla-  dejaron dicha imagen en el altar de Ntra. Señora, en la iglesia parroquial, o en el muy antiguo de La Virgen del Rosario, del Monasterio de Villanueva. Prometieron asimismo que, en cuanto se terminase la ermita, traerían en solemne procesión la imagen de San Roque hasta depositarla en ella.  Deseaban que velase por ellos, por sus hijos y todos sus descendientes; para ello hicieron voto perpetuo de guardar de toda labor su festividad y que harían decir una misa cantada por el cura de la parroquial iglesia de Santa María de Villanueva, por la que pagarían ellos y sus descendientes cuatro reales, dos para el cura que la dijese y otros dos para el convento.

El documento es muy largo y aquí se extracta lo fundamental, para no redundar en lo mismo, sobre la celebración de cada 16 de agosto, y “obligan sus casas de morada y cuantas en adelante se edificaran en el pueblo, para contribuir a la fiesta y a la ermita decorosamente”. Termina señalando que, cada año, un vecino se encargase de recaudar lo necesario para ello y que se pueda acudir a la justicia si alguno se niega a contribuir con la parte que le corresponda. Firma el escribano Juan Rodríguez de Las Rozas, vecino del lugar y añade: “…y no firma ninguno de los demás porque no sabían”, algo normal siglos atrás. Seguidamente firman el cura de la parroquia de Sta. María y el Prior de Villanueva de cuando se hizo el apeo o inventario, los cuales certifican haber copiado literalmente del libro de fábrica la citada escritura.

En ese inventario hay una relación de las fincas gravadas con una renta para la ermita, otra de los censos, así como una heredad en la ería de Sobrepiedra, llamada Sopeña, que era de su pertenencia en aquel año final del siglo XVI. La renta total -por todos los conceptos- no llegaba a cien reales al año.
Fueron peritos de este inventario Francisco Ballina y José Labra; Benito García y José Tirador también lo fueron, pero no firmaron por no saber, según señala el notario Rafael García. 

Hace cien años, el periodista don Ceferino -sobrino del cura de Villanueva que se llamaba igual que él-, terminaba lamentando que la ermita se encontraba bastante pobre, remediada tan solo por los donativos voluntarios de algunos vecinos.  Concluye anotando la tradición verbal que conservaban los lugareños, en el sentido de que la primera ermita se había edificado junto al río, en el campo llamado Los Lleraos, la cual fue destruida por una crecida del río Sella. Los vecinos aseguraban que la imagen del santo había sido arrastrada por las aguas y que, en cierto pueblecito ribereño río abajo, unos parroquianos la habían recogido y la tenían en su iglesia. ¡Quién sabe! Porque este tipo de imágenes eran muy similares en su talla, fisonomía, expresión y acabado polícromo, y pudieran dar lugar a confundirlas. Además, San Roque, como San Antonio, San José o Santa María, eran y son imágenes muy frecuentes en iglesias y ermitas.

La actual capilla de San Roque, en Las Rozas, se levanta en el lugar más elevado del pueblo, bien lejos de posibles enfados del padre Sella.

En nuestro concejo de Parres otras dos capillas dedicadas a San Roque también son muy antiguas: la de Arobes está datada en 1557 y la de Bada conserva su documentación desde 1713, por lo que este año cumple justamente trescientos años.

Sobre la de Arobes ya hemos escrito el pasado año con motivo del pregón que se nos encargó para esta fiesta.

Dediquemos unas líneas a la de Bada al cumplirse ahora sus tres primeros siglos. 

En el Libro de Fábrica de esta ermita leemos: “En San Juan de Parres, a diecisiete días del mes de octubre del año de mil setecientos y trece, don Luis de Mier, Arcediano de Billa Biciosa (sic) dignidad y canónigo en la iglesia de Oviedo…”

En la visita que se hacía obligatoriamente y de forma periódica a cada iglesia, ermita, santuario, monasterio, etc., don Luis hace notar que encontró como administrador de la capilla de San Roque a Thomas Tejuca. 

Varias páginas después consta que las obras habían comenzado en 1710 y, en una nueva visita -siendo ya mayordomo otro vecino- se le cita por no haber cumplido un auto que se le envió, al igual que a otras tres personas que estaban debiendo rentas a la capilla como llevadores que eran de una hipoteca. El cura, en este caso Fernando del Busto Solares, leyó en la que llamaban misa popular -la del mediodía del domingo en San Juan De Parres- el auto que le había remitido el arcediano de Villaviciosa bajo la amenaza de que si el mayordomo y los tres vecinos no pagaban sus deudas serían excomulgados; pena ésta habitual en muchos casos similares y que solía ser muy efectiva, pues a ver quién se arriesgaba a llevar encima el resto de sus días semejante condena, en aquellos tiempos en los que la Iglesia era dueña de bienes y conciencias.

Los siglos pasan, las costumbres se adaptan a los tiempos y los vecinos siguen celebrando a su manera al titular de las ermitas, capillas e iglesias que fueron eje central de alegrías, duelos y emociones de sus antepasados.


Francisco José Rozada Martínez
-Cronista oficial de Parres-

No hay comentarios: