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domingo, 6 de enero de 2013

Creencias, tradiciones y realidades


Desconocemos el día y el mes del nacimiento de Jesús. Incluso la Iglesia ha aceptado años atrás -por boca del anterior pontífice y, ahora, por ratificación del actual-, que hay un desfase en el año en el que se creía que había nacido, puesto que realmente este hecho ocurrió entre cuatro y seis años antes. El error viene desde el año 533, cuando el monje romano Dionisio “el pequeño o exiguo” (más que por su estatura puede que el mote le viniese por su humildad), se propuso calcular los años -no desde la Fundación de Roma como era costumbre-, sino desde el presunto nacimiento de Cristo. La época determinable con precisión es, ciertamente, el décimo quinto año del Imperio de Tiberio César. Además, Herodes -rey de los judíos- mandó matar a todos los niños menores de dos años, y la muerte de este monarca se sabe ahora con certeza que ocurrió cuatro años antes de la fecha considerada como la del nacimiento de Jesús, cuando Éste tendría algo menos de dos años y se salvó porque sus padres huyeron a Egipto con él.

Como los romanos eran conscientes de que en estas fechas finales de diciembre los días comenzaban a crecer, celebraban la fiesta del Deus Sol Invictus (el Invencible Dios Sol); era como si el sol volviese a nacer y -entre el 22 y el 25 de diciembre- tenían lugar las fiestas del “Natalis Solis” o Nacimiento del Sol. De modo que los cristianos decidieron también instaurar la festividad del nacimiento de Cristo en esos días y, al inicio del siglo IV -aproximadamente-, se fijó la fecha en el 25 de diciembre.

Los tres Magos del Nacimiento de Arriondas

De modo que anécdotas sin importancia -como ha ocurrido estas semanas con la mula y el buey- habría muchas para contar, como en el caso de los tres Reyes Magos de Oriente, que ni eran reyes de ningún sitio, ni magos -sino sabios-, ni se sabe cuántos eran, ni mucho menos sus nombres y, hasta el actual Obispo de Roma Benedicto XVI, acaba de situarlos como procedentes de Occidente y no de Oriente.
Al final lo que importa es la esencia de los hechos fundamentales, no las anécdotas y tradiciones que los envuelven, aunque éstas vengan arropadas por siglos de pervivencia.  
Fran Rozada
Artículo publicado en El Fielato (2-enero-2013)

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