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jueves, 20 de diciembre de 2012

Navidad.

Misterio navideño en la iglesia parroquial de Arriondas.

Desconocemos el día y el mes del nacimiento de Jesús. Incluso hasta la Iglesia ha reconocido recientemente que hay un desfase en el año en el que se creía que había nacido, puesto que realmente ocurrió entre cuatro y seis años antes. El error viene desde el año 533, cuando el monje romano Dionisio “el pequeño o exiguo” (más que por su estatura puede que el mote le viniese por su humildad), se propuso calcular los años, -no desde la Fundación de Roma como era costumbre-, sino desde el presunto nacimiento de Cristo. La época determinable con precisión es, ciertamente, el décimo quinto año del imperio de Tiberio César. Además, Herodes -rey de los judíos-mandó matar a todos los niños menores de dos años y la muerte de este monarca se sabe ahora que ocurrió cuatro años antes de nacer Jesús, cuando éste tendría algo menos de dos años. Sabemos que se salvó porque sus padres huyeron a Egipto con él.

Como los romanos eran conscientes de que en estos días últimos de diciembre los días comenzaban a crecer, celebraban la fiesta del Deus Sol Invictus (el Invencible Dios Sol); era como si el sol volviese a nacer y -entre el 22 y el 25 de diciembre- tenían lugar las fiestas del “Natalis Solis” o Nacimiento del Sol. De modo que los cristianos decidieron también instaurar la festividad del nacimiento de Cristo en esos días y -al inicio del siglo IV, aproximadamente-, se fijó la fecha del 25 de diciembre.

Conviene añadir que la Iglesia Ortodoxa -con unos 250 millones de fieles, especialmente en Rusia, Grecia, Rumania, Serbia y Ucrania- celebra la Navidad el día 7 de enero, pues no aceptó la reforma del calendario gregoriano y se sigue rigiendo por el calendario juliano, anterior a 1582.

Y nada más por este año, que el próximo comentario ya verá la luz el 1º de enero.
Como no somos supersticiosos no será imprescindible que salgamos a buscar una rama de muérdago (Viscum album) para que el 2013 nos depare suerte y venturas. Esa era una costumbre de muchos siglos atrás, cuando el muérdago ya era considerado sagrado por los antiguos druidas. Les parecía que era un vegetal mágico que no necesitaba la tierra para sobrevivir y su simbología pagana fue casi despreciada por el cristianismo. Esta planta parásita tiene una querencia destacada por los árboles y arbustos, especialmente por los manzanos, además de robles, álamos, etc. El historiador romano Plinio cuenta con detalle la ceremonia que tenía lugar en torno al muérdago, con los sacerdotes en procesión hasta el bosque para recoger sus ramas, siguiendo  un estricto protocolo.
Símbolo de la Navidad ha sido el acebo, al que debemos proteger de forma especial en estas fechas, cuando todavía quedan desaprensivos que salen al monte en su búsqueda para decorar alguna estancia y, después, deshacerse de él. Hoy es especie protegida en amplias zonas de varios países europeos.

“Si la palmera pudiera
volverse tan niña, niña,
como cuando era una niña
con cintura de pulsera
para que el Niño la viera…

Si la palmera tuviera
las patas de borriquillo,
las alas de Gabrielillo,
para cuando el Niño quisiera
correr, volar a su vera…

Si la palmera supiera
que sus palmas, algún día…
Si la palmera supiera
por qué la Virgen María
la mira…Si ella supiera…

Si la palmera pudiera…
la palmera…”

                           Gerardo Diego (1896-1987)



Francisco José Rozada Martínez.
Cronista oficial de Parres.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Santa Lucía.


Santa Lucía Arriondas.

Nacida en Siracusa de Sicilia sobre el siglo IV, fue acusada de ser cristiana en tiempos del emperador Diocleciano y -deseando consagrar su vida a Dios-, una piadosa leyenda dice que ella misma se sacó los ojos y se los presentó en una bandeja a su pretendiente pagano, por ser lo que más le gustaba de su persona. Bien es cierto que en la catedral siracusana se insiste en que Lucía murió decapitada y no al perder sus ojos. Por cierto que Caravaggio pintó un cuadro de la Santa, en la misma Siracusa, y en él aparecía con la cabeza separada del cuerpo. El efecto que produjo fue tan impactante que el mismo pintor vio la necesidad de retocar el cuadro, dejando sólo una especie de corte en la garganta. El nombre de Lucía contiene la alusión a la Luz de Cristo. Patrona de los ciegos y de cuantos tienen alguna relación con la oftalmología, su fiesta es muy celebrada en Suecia donde a las niñas se les pone un largo vestido blanco y se les coloca sobre sus cabezas una corona con siete velas, como símbolo de la luz. Ese día comienza oficialmente la Navidad en los países escandinavos.
A la imagen de esta Santa se la suele representar con la palma del martirio en una mano y una bandeja con los ojos en la otra (aunque en su imagen también aparece con ellos). La de Arriondas fue adquirida en 1943 y le costó a su donante 809 pesetas.

Sigue siendo habitual escuchar el refrán “por santa Lucía mengua la noche y crece el día”, nada más lejos de la verdad. Todos sabemos que el solsticio de invierno en nuestro hemisferio Norte es el día 21 ó 22 de diciembre, lo que quiere decir que uno de esos días -y los cinco o seis siguientes- son los más cortos del año y, por consiguiente, sus noches son las más largas.
¿Por qué el citado refrán sigue en la mente colectiva? Fácil de explicar. Durante la Edad Media -antes de reformarse el calendario Juliano- la fiesta de Santa Lucía era el día 23 de diciembre; con la reforma de 1582 esta fiesta pasó a celebrarse diez días antes. Así podemos afirmar que hasta hace 430 años sí comenzaban a menguar las noches y a crecer los días más o menos a partir de Santa Lucía; pero creer que eso ocurre ahora -cada 13 de diciembre- es un error que ya no se puede seguir divulgando. Por otra parte, puede contribuir a esta confusión el que la gente aprecie que a partir del día 13 sí crecen las tardes, lo cual es cierto, pero aún menguan más las mañanas; lo que hace que -en el cómputo total- los días sigan menguando. Entre el 13 y el 21 las tardes crecen dos minutos, pero las mañanas menguan cinco.
Santa Lucía (detalle)
Ítem más: entre el día 21 de diciembre y el 9 de enero, las tardes habrán crecido quince minutos, pero las mañanas aún menguaron cuatro. Ciencia astronómica pura e irrebatible es que las mañanas no comenzarán a crecer hasta el 10 de enero. Es indubitable que los días ni crecen ni menguan entre el 20 y el 26 de diciembre, no empezando a crecer realmente hasta el día 27. Por lo tanto olvidémonos de una vez del refrán que dice: “Por santa Lucía mengua la noche y crece el día y por navidad cualquier burro lo verá”. Si algún lector se queda con dudas sobre las afirmaciones anteriores, puede consultar los datos en el Observatorio Astronómico Nacional.



D. Francisco José Rozada Martínez.
Cronista oficial de Parres.

viernes, 7 de diciembre de 2012

Festividad de la Inmaculada Concepción.

La Inmaculada Concepción de Arriondas. 1941

El papa Pío IX, en una declaración hecha el 8 de diciembre de 1854, proclamó como dogma de fe la tradicional creencia católica de que la Virgen María estuvo libre de pecado desde el primer momento de su concepción, sin mancha alguna de pecado original, una excepcionalidad entre todo el género humano. Se trata de lo que ahora llaman una elaboración teológica. El argumento del teólogo medieval franciscano Juan Duns Scoto se basaba en: Potuit, decuit, ergo fecit, es decir, Dios pudo (potuit) preservarla del pecado original y como ello era conveniente (decuit) para quien estaba destinada a ser la madre de Jesús, pues así lo hizo (fecit)… No debe confundirse la Inmaculada Concepción con la Virginidad. Y si ambas son elaboraciones teológicas entran, por tanto, en lo que podríamos llamar “dimensiones poéticas”. En la Virginidad se proclama que María fue virgen antes, durante y después de dar a luz a Jesús, su Hijo primogénito (no sabemos con certeza si también unigénito, pues pudiera ser que hubiese tenido más hijos después).

Los hipocorísticos Conchita y Concha -que celebran su onomástica en este día- tienen su explicación. Como en italiano Concebida se dice Concetta (pronunciado Conchet.ta), pasó al castellano como Conchita; y al considerar a este como un diminutivo, se creó un falso positivo que es Concha, que viene a coincidir con el caparazón de los lamelibranquios, pero que nada tiene que ver etimológicamente.

En el reinado de Carlos III, en 1644, la Inmaculada fue declarada Patrona de España. La parroquia de Arriondas -como casi todas- tiene su imagen adquirida en 1941 y hecha en los talleres Miranda de Santiago de Compostela; es de madera y costó 2.900 pesetas. Sustituyó a la destruida en septiembre de 1936. Habitualmente se la representa con vestuario de color azul, un nimbo o aureola de doce estrellas y -bajo sus pies- los simbolismos de la media luna y la serpiente mordiendo la manzana.

Inmaculada (detalle)


 Francisco José Rozada Martínez.
Cronista oficial de Parres.


lunes, 3 de diciembre de 2012

Diciembre.

Era el último de los diez meses en los que estaba dividido el calendario romano, cuyo año se iniciaba en marzo y finalizaba en febrero. No sería hasta el siglo II a. C. cuando el Senado Romano decidió cambiar el inicio del año al mes de enero, pero los nombres de los meses se mantuvieron.
De ahí su nombre, derivado del número cardinal “decem”, diez en latín. Los sajones le llamaban “Winter-monath”, es decir, mes de invierno, y también “heligh-monath” o mes santo, al celebrarse Navidad en este mes. El solsticio de invierno en nuestro Hemisferio Norte tendrá lugar este año el día 21 de diciembre, el mismo día del solsticio de verano en el Hemisferio Sur.



                                                                                                       

Francisco José Rozada Martínez
Cronista oficial de Parres.




sábado, 1 de diciembre de 2012

Cuando concluye la vida.

Breve visión funeraria de los siglos XVII y XVIII



Detalle del cementerio de Arriondas.


Cuando se investiga sobre mentalidades colectivas del pasado es necesario acudir a las fuentes -generalmente escritas- de las que pueden manar resultados que nos ayuden a conseguir una imagen, más o menos nítida, del sentir de nuestros antepasados ante hábitos y realidades de aquellos grupos sociales, estamentos y ámbitos a los que pertenecieron.

Hay una apreciable diferencia entre los medios rurales y los urbanos en aspectos de relevancia, pero subyace en ambos casos una esencia común.

Tanto los registros notariales como los parroquiales son verdaderos manantiales de información. Difíciles en muchos casos de escudriñar, bien por su deficiente conservación antes del llegar al Archivo Histórico Diocesano actual, bien por su complicada caligrafía datada siglos atrás.

El Concejo de Parres atesora en el archivo antes citado la mayor parte de su documentación parroquial, al igual que en los tres archivos de los que dispone la Casa Consistorial. Hasta en una quincena de parroquias se puede indagar en sus antiguos libros de bautizados, casados, difuntos, fábrica, cofradías, capillas, santuarios, padrones, censos y legajos varios.

Desde cuatro siglos atrás hasta nuestros días, costumbres, normas, ritos, oficios, leyes y tantos otros aspectos de la vida han experimentado cambios asombrosos, en la inmensa mayoría de los casos para mejorar sobre lo que regía en aquellos pretéritos siglos.

Noviembre parece un mes propicio para meditar sobre los usos y costumbres que rodeaban el final irremediable de toda vida humana. A ello vamos, partiendo de aquella documentación que sobrevivió al abandono y la miseria. Centrándonos en los siglos XVII y XVIII -y más concretamente en las costumbres y ritos funerarios de nuestro concejo en particular-, pueden valorarse varios aspectos. Para ello manejamos algunos libros  que van desde 1647 hasta 1789. 

Necrópolis parroquial de Arriondas
En los protocolos notariales hay disposiciones testamentarias de todo tipo, generalmente muy minuciosas en sus providencias, cláusulas y condiciones. Haremos referencia a mortajas, ceremonial de los entierros y sepulturas. En el primer caso hay especificaciones concisas para que -llegada la hora de la muerte- se amortajase al interesado según su dictado y convicciones. Algunos indican su deseo de ser amortajados con el humilde hábito o sayal franciscano, el dominico y -los menos- el benedictino; en el caso de las mujeres suele solicitarse también el carmelitano. En algún caso sería por manifestar una austeridad al final de sus días que, tal vez, no había llevado en vida. Consideraban estas mortajas como un aval que les ayudase a salvar sus almas en aquellos siglos de profunda religiosidad. Bien es cierto que la gran mayoría no dispuso nada en cuanto a su amortajamiento o lo dejaron a libre disposición de su familia. Los pobres eran habitualmente envueltos en una sencilla sábana -si es que la tenían-, pues en el caso de Melchor Pérez, de San Martín de Cuadroveña  -año 1699- se lee: “…y como no disponía de nada, un vezino cubriole con un lienzo suyo, hízolo en el Nombre de Dios y de la sienpre gloriosa y santissima Birjen Maria Conzepbida sin mancha de pecado orijinal, prottetora de ttodos los pecadores”.

En cuanto al entierro propiamente dicho solía seguirse la pragmática de Felipe V  según la cual no podían utilizarse telas ni colores sobresalientes en seda, sino paños y galones negros o morados con el fin de manifestar “el origen de mayor tristeza”. Los acompañamientos en los entierros se establecían en varios niveles: sacerdotes, cofradías, pobres y otros cercanos al difunto o a su familia. Según la clase social a la que perteneciese el finado podían asistir a sus exequias entre tres y doce sacerdotes. Además las cofradías solían tener un sacerdote o religioso como director espiritual, el cual presidía la cofradía en el entierro si el difunto había pertenecido a la misma. Este detalle de asistencia de cofradías a las inhumaciones llegó hasta la década de los años 60 del pasado siglo XX -como pudimos ver en Arriondas-, y eran las encargadas de portar su estandarte distintivo, así como el féretro en alguna ocasión. Todas estas manifestaciones exteriores entraron en crisis y fueron desapareciendo; de alguna manera podría entenderse como un regreso a la esencia racional de la religión, abandonando parte del aparato exterior que la acompañaba. Asimismo era muy curioso el llamado cortejo de pobres que acudía al entierro, una mezcla de ostentación por parte de las familias con dinero -por el número de limosnas que había que darles- con una especie de piedad por los más necesitados. Es como si el pudiente fallecido necesitase las oraciones de aquellos pobres -evangélicamente más cercanos a Dios-, y sus servicios se pagaban con limosnas o alimentos, o ambas cosas.

Hay que imaginarse que aquella era una vida sin prisas y que estos detalles se cuidaban y preparaban minuciosamente. Tan sin prisas que consta cómo el rey Fernando VI falleció el 10 de agosto de 1759 y la noticia no llegó a Asturias hasta el 4 de septiembre, teniendo lugar sus exequias en la catedral ovetense el 1 de octubre.

Algunas familias -que no disponían de liquidez económica- se veían obligadas a vender parte de su patrimonio para hacer frente a los gastos originados por las exequias fúnebres de algún familiar. Según los protocolos notariales era casi la mitad de la población la que se preocupaba de dejar disposiciones para que se celebrasen misas por su alma, o dejaban el encargo a sus albaceas o familiares.

En el Sínodo Diocesano de Oviedo de 1769 se estipulaba el tipo de funerales a celebrar que podían ser: menores, regulares y mayores; según el número de curas, diáconos, responsos, sermones, o que fuese misa rezada, cantada, etc.

En nuestros días está comúnmente aceptada en las esquelas mortuorias la expresión “después de haber recibido los Santos Sacramentos y la Bendición Apostólica”, haciendo referencia a que éstos se le administraron al fallecido antes de su óbito; bien es verdad que -como no se especifica cuánto tiempo antes- no serán pocos los casos en los que la última vez que recibieron dichos sacramentos puede haber ocurrido el día de su boda, y hasta el de su primera comunión… No era ese el caso en siglos pasados, donde si no había recibido sacramentos quedaba anotado por el cura de su parroquia en el libro de defunciones. Así, en 1780, el cura párroco de Castiello -en nuestro Concejo de Parres- anotó: “Felipe Villaverde de Diego vezino desta Parrochia no recivio los Sanctos Sacramentos de la Penitencia ni Eucharistia, por haverlo hallado muerto en los Montes de Sebares”.
Cementerio de Arriondas.
Duró siglos la costumbre de que nobles, hidalgos y pudientes buscasen sepultura dentro de los templos. El gran Jovellanos, en su testamento de 1795, dejó estipulado: “En cuanto a entierro, si durase la bárbara y nociva costumbre de hacerle en las iglesias, vaya mi cuerpo a la parroquia, pero quiero que, si es posible, se obtenga licencia del ordinario y la justicia real para un enterramiento particular. Si se consiguiere, cómprese el hórreo de don Cosme Sánchez, y se me ponga en aquel sitio, contiguo al Instituto, después de bendito y cerrado”.

  En Arriondas los primeros enterramientos de los que queda constancia datan de 1686. El primitivo cementerio se amplió con varias donaciones, entre las que se encuentra una curiosa que quedó anotada de esta forma: “doña Vicenta Peláez, de Beloncio, con motivo de haber fallecido debajo de un corredor de Cuadroveña su padre José Peláez que venía de llevar una hija a un colegio de Santander, donó para ampliar el cementerio diez mil reales”.

La actual necrópolis parraguesa se amplió al menos dos veces. La primera en 1909 y, después,  en 1955 -cuando tenía 1.300 m2- y se le añadieron 3.859 m2 más del mejor terreno de los mansos parroquiales. Pasados cincuenta y siete años no precisa de más ampliaciones en varios lustros.





Francisco José Rozada Martínez
Cronista oficial de Parres

Publicado en La Nueva España el jueves 29 de noviembre (pg 15 edición del oriente)