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lunes, 29 de noviembre de 2010

ADVIENTO Y NAVIDAD

"Adventus Domini": la llegada del Señor. Dios está en todas partes y siempre está. Entonces, ¿qué es lo que viene, qué es lo que llega?.

Para nuestros ojos y nuestros oídos, Dios no está. No podemos verlo, ni oírle ni tocarlo. La Presencia de Dios escapa a nuestros sentidos, aunque está ahí. Está ahí, podemos conectar con Él, su Espíritu actúa en el mundo, habla, trabaja por nosotros. Ésta es la primera piedra de nuestra fe. Hubo un momento en la historia en que su presencia fue especial. Hace casi dos mil años, en un hombre que se llamaba Jesús de Nazaret hubo una "explosión del Espíritu". Jesús es "el hombre lleno del Espíritu", en el cual vemos a Dios. En su palabra oímos La Palabra, en sus obras vemos cómo actúa Dios.

Y Jesús vino, llegó, en un momento del tiempo, en una fecha concreta. Los cristianos pensamos que su llegada estaba preparada desde hacía siglos. La humanidad esperaba esa presencia especial de Dios. Un pueblo, un pueblo de poca importancia, Israel, se dio cuenta de esto más que los demás, y poco a poco se fue preparando para su llegada: la Biblia, lo que llamamos el Antiguo Testamento es la crónica de esa preparación, de cómo Israel fue poco a poco entendiendo la palabra de Dios, a veces mal, a veces muy bien, y se fue dirigiendo al encuentro de Jesús.

Nosotros, casi veinte siglos después, celebramos todos los años esa llegada de Jesús. Navidad, el aniversario de la llegada de Jesús. Como un cumpleaños, pero con una diferencia muy importante. En un cumpleaños realmente no pasa nada. Celebramos una cosa que pasó, y mostramos nuestro cariño a una persona, nada más. Pero la llegada de Jesús es algo que sucedió y que sigue sucediendo.

Sucedió que nació un niño. Pero sucedió también que con ese niño, por medio de ese niño, los que vivieron con él conocieron mucho mejor a Dios, y cambiaron de vida. Muchos de los que conocieron a ese niño cambiaron tanto que es como si se asomaran a una nueva vida, como si nacieran de nuevo,... Y nos lo contaron, nos lo transmitieron. A nosotros también nos pasa lo mismo.

Conocer a Jesús, aceptar a Jesús, creer en Jesús es como volver a nacer. Y esto sucede una vez y mil veces en la vida, porque Jesús va creciendo en nosotros, lo vamos conociendo mejor, lo vamos aceptando más.

Así que Jesús nació hace dos mil años y nace constantemente en los que creemos en él, de manera que nuestra vida se va trasformando todos los días, cuanto más conocemos a Jesús, cuanto más le aceptamos, cuanto más creemos en él. Todo esto empezó cuando Jesús nació en Belén y por eso al celebrar el nacimiento de Jesús celebramos mucho más que su cumpleaños. Celebramos el principio de nuestra nueva vida, eso que Jesús llamaba "el Reino de Dios, que está dentro de vosotros". Nosotros, la Iglesia, aprovechamos todos los años la Navidad para que Jesús vuelva a nacer en cada uno con más fuerza. Como aprovechamos un cumpleaños para que crezca nuestro cariño.

Pero las fiestas importantes se preparan, para que salgan bien. La Navidad puede ser importante. Puede aumentar nuestro conocimiento de Jesús, nuestro amor a Jesús, nuestro compromiso con Él, nuestra vida nueva. Por eso, la preparamos bien. Y eso es el Adviento: dedicamos cuatro semanas a prepararnos bien, para que esta fiesta deje huella en nosotros. Las lecturas de la Eucaristía, en estos cuatro domingos, nos recuerdan algunos temas básicos, para que nos preparemos bien a Navidad. Aparecerá el Profeta Isaías, que nos recordará que estamos esperando a Dios, la Luz, la Salvación. Aparecerá Juan Bautista, que fue el heraldo de Jesús, el que lo anunció a Israel. Y aparecerá un tema fundamental: "estad preparados, el Señor viene, abridle las puertas, preparad el camino".

La venida histórica de Jesús marcó una situación límite, una encrucijada para el pueblo de Israel. Esto es un anuncio profético. Para todos los hombres, el Reino de Dios es una encrucijada, una elección. Hay que elegir entre conformarse con esta vida, con sus valores y sus satisfacciones y resignarse a morir... o no conformarse, fiarse de la Palabra de Jesús y aspirar a más, a más vida, a otros valores que no se terminen. Así, el Adviento es un tiempo profético en que se nos pide hacer un acto de fe: aceptar que no somos sólo tierra, que vamos hacia la plenitud y que hay que caminar.

Todo esto muestra la dimensión interior, personal, de la "venida". Dios sale a nuestro encuentro continuamente si continuamente estamos caminando en busca de Él. La espiritualidad del cristiano es no detenerse jamás. Jamás poner su ilusión en nada que le retenga, que le esclavice, que le disminuya, que le estanque. La espiritualidad del cristiano es:

"Salid al encuentro al Señor que viene".

Esta es la "urgencia" de una vida sin concesiones, que aparece expresada muy radicalmente tanto en las cartas de San Pablo como en el Evangelio. Otras imágenes evangélicas subrayan la misma línea. Así, el mayordomo fiel, el mayordomo infiel, las vírgenes necias y prudentes, los talentos, y el precioso resumen de Lucas 21, 34-37:

Guardaos de que vuestros corazones no se vuelvan pesados por el libertinaje y las preocupaciones de la vida... Estad en vela, orad...

Así que el Adviento es un tiempo de urgencia, de despertar si nos habíamos dormido, de avivar la fe. Es muy importante sin embargo recordar que éste no es un tiempo de amenazas. Decimos: "¡Viene el Señor!", y algunos parece que lo dicen con espanto, como si viniera el desastre, como si hubiera que esconderse. Es al revés: ¡Viene el Señor, qué alegría!. Dios está con nosotros, es un aliado, está a favor de nosotros. Dios es el Libertador.

¿Ha tenido usted alguna vez la experiencia de ver amanecer?. Es de noche y está oscuro, pero se adivina ya cierto resplandor tras el horizonte. Poco a poco, el firmamento se va haciendo más claro... Viene la luz, viene el sol, y nos sentimos bien, nos sentimos llenos de esperanza. Este es el mensaje del Adviento:


"Alégrate, Jerusalén, porque llega tu luz"


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